Dice que el pescador fue a pescar un día y cogió un pez bastante especial. El pez le dijo que si le soltaba cumpliría sus deseos y le haría llegar alto. El hombre fue a su casa y le contó lo ocurrido a su esposa, y ella le volvió a mandar para que pidiera al pez que los hiciera salir de su pobreza y les diera una casa y comida que llevarse a la boca. Así fue y ellos siguieron felices con su vida, pero la esposa del pescador no había olvidado al pez y un tiempo después, llena de avaricia, volvió a mandar a su esposo para que le pidiera al pez convertirla en una reina muy poderosa, y también le fue concedido. Más tarde la mujer quiso ser emperatriz, papa y un día quiso ser Dios, pero cuando el pobre pescador volvió a casa después de pedírselo al pez, vio que de sus enormes palacios y riquezas solo quedaban la pobre casa que tuvieron y su esposa, esperándole en la entrada, triste por perderlo todo pero también arrepentida por ser tan avariciosa, aunque ya era demasiado tarde para lamentarse, pues ya no se podía volver atrás.
Al igual que pasó con Ícaro y con la esposa del pescador, debemos entender que es malo pedir tantas cosas a la vida, a Dios o a las personas, porque un día caeremos y lo perderemos todo, y cuanto más tengamos, más grande será el sufrimiento.
Simina St. 3ºB.
No hay comentarios:
Publicar un comentario